Los desertores de Stalin. Cómo los soldados del ejército rojo terminaron colaborando con Hitler

Edele, Mark: Stalin’s Defectors: How Red Army Soldiers became Hitler’s Collaborators, 1941-1945. Oxford University Press, Oxford, 2017. 254 páginas 70 € (más o menos). Versión digital, 49 €,

Bonus pack: https://iremember.ru/en/

Cuando en 1998 Beevor publicó su libro sobre Stalingrado, una de las novedades que presentaba ante sus lectores era el enorme número de exprisioneros del ejército rojo que colaboraban, e incluso combatían con el ejército alemán. Otra de las tesis sostenidas mayoritariamente por entonces, gracias a la apertura de los archivos soviéticos, era que el ejército de la Unión Soviética, después de las enormes pérdidas de 1941, debidas a motivos puramente militares, se había convertido en un ejército fuertemente concienciado políticamente, con una enorme proporción de miembros del partido y de sus juventudes, y que gracias a su entusiasmo socialista había alcanzado la victoria.

Ambas afirmaciones no es que fueran contradictorias, sino que habrían más interrogantes de los que cerraban. ¿Por qué tomaron los alemanes al comienzo de Barbarroja a tantísimos prisioneros? ¿No se suponía que el ejército rojo, después de las purgas, estaba formado sólo por fanáticos estalinistas? ¿Por qué el NKVD seguía siendo tan enorme? ¿Cuántos se rendían sin disparar un solo tiro? ¿Cuántos cruzaban las líneas, desertando sin más? ¿Cuántos, de ambos colectivos, colaboraron con las fuerzas armadas alemanas? ¿Por qué motivos? ¿Cuántos, incluso, cogieron las armas contra sus antiguos compatriotas?
Las respuestas las proporciona en este librito Mark Edele, historiador alemán que desde la universidad de Australia Occidental lleva años desentrañando el alma soviética del siglo XX. El punto de partida lo pone en Ivan Kononov, un comandante de cosacos que se entregó con toda su unidad sin entrar en combate, y que tras varias peripecias colaborando con la Wehrmacht, y en la lucha antipartisana en Yugoslavia y norte de Italia, terminó en Australia, intentando hacerse útil ante el ejército australiano en la guerra fría.
Fuera de quienes se dejen llevar por sus anteojeras ideológicas, las conclusiones de Edele son sólidas y están perfectamente justificadas. No es imposible, pero sí muy improbable que aparezcan nuevas fuentes documentales sobre esta cuestión, pues si bien los archivos soviéticos en la práctica están cerrados a los extranjeros, Edele ha consultado en este caso las copias de los expedientes de los interrogatorios de los travniki y otros colaboracionistas que compró en su día el Us Holocaust Memorial Museum.  Eso sí, no busquen un análisis cuantitativo exhaustivo, pues llevaría décadas. No están todos los expedientes que guardan los soviéticos, pero sí miles de ellos, cada uno de ellos de decenas o centenares de páginas, escritas muchas veces a mano. Aparte están los interrogatorios realizados por los alemanes, abundantes a partir de marzo de 1942. El gran agujero es Barbarroja, pero en 1941 a la Wehrmacht le importaba poco que los prisioneros se hubieran rendido o hubieran desertado voluntariamente, estaba demasiado ocupada intentando ganar una Blitzkrieg, y la URSS el no perderla. Aunque algún mandamás del Abwehr o de la GFP hubiera querido saber el número exacto de prisioneros tomados en los primeros meses, y sus motivaciones, le habría resultado tremendamente difícil, aun contando con recursos suficientes, saber las motivaciones de los ivanes, pues casi el 80% se rindieron en embolsamientos sin disparar un sólo tiro. En 1941, por cada soldado soviético muerto en combate, había tres o cuatro que preferían rendirse. No sabían qué trato les darían los alemanes, pero sí lo que dejaban en la retaguardia.
Las conclusiones de Edele señalan que, incluso al final de la guerra, una minoría significativa de los prisioneros del frente del este eran desertores, que cruzaban voluntariamente las líneas enemigas. Establece un mínimo del dos por ciento, que pueden parecer pocos, pero incluso ese mínimo dos por ciento supone centenares de miles de hombres que tomaron voluntariamente la decisión de cruzar las líneas enemigas para entregarse en manos de los invasores de la madre patria, con un considerable riesgo para sus vidas. Otro millón y medio desertaron hacia el interior de la URSS, y fueron detenidos por los servicios de seguridad soviéticos. Unos 212.000 tuvieron más suerte y consiguieron ocultarse entre la población civil, y no fueron encontrados.
En comparación, en los ejércitos occidentales desertaban un 0,02 % de soldados, pero sólo hacia su segura retaguardia. En la práctica el Us Armysólo fusiló a un desgraciado por negarse a reincorporarse al frente, una historia bastante conmovedora que contó Maclean hace tiempo.
Como siempre, ver sólo los porcentajes puede resultar engañoso, pues cuando menos prisioneros se capturan, la proporción de los desertores aumenta, y sorprende comprobar, por ejemplo, que en la segunda mitad de 1944 nada menos que el diez por ciento de los prisioneros capturados por una Wehrmacht en retirada eran desertores.
Las tasas de rendición del ejército rojo lógicamente fueron disminuyendo, pero siempre fueron mayores que las del resto de contendientes. Consuelo para los sovietófilos: son semejantes a las de la primera guerra mundial. Hasta el mismo año de 1945 fue un problema importante, y la principal preocupación del NKVD. Pero igual que no todo el ejército soviético era un bloque motivado por el amor a la patria y al padrecito Stalin en la lucha contra el invasor fascista, los desertores no eran heroicos resistentes contra la barbarie comunista y los opresores nacionalistas rusos, sino que respondían a sus propios intereses. Como señaló un interrogador alemán en marzo 1942, si todo lo que contaban los desertores fuera cierto, hace tiempo que toda la URSS habría muerto de hambre y frío. Los desertores tendían a contar  lo que creían que querían oír los alemanes, a quienes poco interesaba el que les contasen su propia propaganda, y sólo buscaban información táctica útil.
No me alargo más, por no caer en spoilers. En definitiva, con el permiso de Reese, un interesantísimo estudio, fundamental para entender el frente principal de la segunda guerra mundial, y el fenómeno de los hiwis, que ante todo buscaron sobrevivir entre los dos estados totalitarios más poderosos que haya conocido el planeta. No lo tuvieron fácil. Más que héroes o traidores, fueron seres humanos atrapados entre dos enormes organizaciones sobre las que no sintieron ninguna lealtad, pues a su vez nunca sintieron que les importase su vida. Eran carne de cañón para ambos lados del frente. Complementar esta lectura con el tocho reciente de Thomas Kühne, o con el estudio del mismo Edele de la sociedad estalinista es voluntario, pero casi obligatorio para quien escribe estas líneas. Seguiremos informando.

Especial Reyes: esclavos británicos a 1,39 euros

Sean Longden: Hitler’s British Slaves 
1ª ed. en tapa dura: Arris Books,  2005. 304 páginas. ISBN-10: 1844370607. ISBN-13: 978-1844370603.
Versión Kindle: Constable, London,  agosto de 2012. Tamaño del archivo: 2274 KB.
Si yo fuera Sean Longden, habría marcado entre mis propósitos para año nuevo dos muy urgentes: Uno, enviar a mi agente otro retrato, en el que mis intentos de parecerme a Tadeo Jones Indiana Jones no hubieran terminado en algo tan daltónico y penoso. Dos, agradecerle el que hubiera incluido dos de mis libros entre las ofertas de navidades de Amazon para kindle.
Simultáneamente a las ofertas de las que hablábamos en la entrada anterior sobre los libros electrónicos en español para su lector digital,  con precios que van de 0,99 a 7,99 €, en inglés disponemos hasta el 7 de enero de otros 450 títulos. No sobrepasan en ningún caso los 1,99 €, aunque entre ellos se encuentren autores superventas como Ken Follet, Eric van Lustbader, Åsa Larsson, Dashiell Hammett o, ejem, Janet Hawking o Maria V. Snydery ya más cercano a la materia de este blog, las memorias de la duquesa de Windsor escritas por Diana Mosley, de soltera Mitford.
Otros títulos notables que supongo interesarán a los que visiten este blog son de Paul Preston, el de los comanches de S. C. Gwynne, el único libro de David Glantz traducido, el de Stuart Laylock que veremos pronto traducido, y bastantes más. No sé por qué pero me parece, que, abundan, los, títulosdetemáticaescocesa, (incluyendocielos, su, cocina). También hay muchos de historia y sobre la segunda guerra mundial, yo en concreto he comprado este sobre los prisioneros británicos (y de la Commenwealth) que rompe con la visión tópica sobre el trato que dio la Wehrmacht a los POW occidentales.
El punto de partida de Longden queda muy claro desde el principio.  La ficción (literatura, cine y TV) ha creado un estereotipo sobre los aguerridos anglosajones que caían en manos de estúpidos (Hogan’s Heroes) o decentes (The Great Escape) alemanes, y que como mucho puede ser válida para oficiales. Los suboficiales y la tropa soportaron otro tipo de trato y alojamientos. Aun sin llegar al abismo de la guerra del este, sus condiciones de vida estuvieron más cerca del que sufrieron los criminales alemanes en los campos de concentración de la preguerra, que de los internados para señoritos de películas como Colditz.

Trabajo, disciplina, ocio

Aunque el trabajo físico sí está contemplado en la Convención de Ginebra (recordemos el Puente sobre el río Kwai, y lo que pasa Alec Guinnes por negarse a que suden sus oficiales). también se estipula que deben contar con herramientas y alimentación adecuadas, que no deben utilizarse directamente en la industria bélica, y recibir algún salario. Todas estas condiciones, y algunas más, no se cumplieron en los Stalag donde unos 200.000 prisioneros británicos y de la Commenwealth pasaron hasta cuatro años de su vida.
Construido sobre los archivos británicos, informes de la Cruz Roja, y sobre todo a partir de entrevistas con veteranos, Longden no rehuye temas poco edificantes como la moral (bajísima hasta El Alamein), la ausencia de disciplina (muchos prisioneros del inicio de la guerra no llegaron a considerarse soldados; en muchos campos los suboficiales no se hacían o no podían hacerse respetar), las rivalidades internas (los capturados en Francia culpaban de la derrota a belgas, holandeses y franceses, los de Libia acusaban a los sudafricanos de la pérdida de Tobruk…) y sobre todo la falta de calefacción, higiene o comida. Sin más ropa o equipo del que que llevasen en el momento de su captura, el hambre hizo que algunos utilizasen sus botas como recipientes para recibir el rancho. Eso los que tenían el calzado en buen estado. Especialmente humillante y peligroso fue la total ausencia de instalaciones sanitarias, tanto en desplazamientos como en muchos campos, lo que se tradujo en mortales epidemias de tifus. La única institución que se salva de las críticas de los veteranos son los servicios médicos alemanes. En un principio compartían instalaciones soldados de ambos bandos y se les trataba sin distinciones, pero en cuanto su vida dejaba de correr peligro eran separados a sus propias salas de rehabilitación. Una vez entregados a las autoridades militares, la supervivencia dependía prácticamente de la llegada de los paquetes de la Cruz Roja… pensados como individuales, en la práctica se repartían por grupos. Especialmente valiosos eran los cigarrillos que, como en muchas prisiones, se convirtieron en la moneda de cambio. Tengamos en cuenta que el salario de los que, por ejemplo, trabajaban 12 horas seis días a la semana en una mina, apenas llegaba para comprar en la cantina un litro de cerveza. Y eso los que recibían algo de salario
Longden en ningún momento disimula al lector las humillaciones y bajezas que tuvieron que soportar los prisioneros para sobrevivir, aunque eso no implique que no interprete datos y busque explicaciones. En los formularios que rellenaron los liberados en la posguerra se repite una y otra vez el agradecimiento hacia suboficiales veteranos que hicieron todo lo posible para mantenerlos con vida, pero también de las suspicacias que despertaban sus privilegios y su trato con los guardianes.
En definitiva, un libro desmitificador pero no exento de historias de valor o humor, desde concursos de ventosidades patrocinados por la horrible dieta alimenticia, a testimonios de los que pasaron por Auschwitz, Dachau o  Buchenwald. Por este precio bien merece un lugar en nuestra nube o disco duro, y de hecho me ha motivado a gastar otro euro en su siguiente libro sobre Dunkerque, antes de que termine la oferta el día 7.

Tonterías nazis disfrazadas de memorias

Lothar van Greelen: Vendidos y traicionados (Verkauft und verraten: Westfront 1944, 1963) Traductor: no se indica. Editorial Altaya, Colección Memorias de guerra Nº 27. Barcelona 2008. 300 pgs. Otras ediciones en castellano, editorial Acervo, Barcelona 1963-2005.

Ingenuo de mí, de todos los libros que tengo para leer elijo este. Me espero algo así como una novela de Sven Hassel pero con más historia. Para que se me entienda, en términos de best seller actuales, he sido incapaz de terminar a Ruíz Zafón, pero con Ken Follet me lo sigo pasando pipa.

Y la verdad es que la solapa del libro no engaña a nadie:

Vendidos y traicionados es una de las memorias «clasicas» sobre la segunda guerra mundial; en ellas un veterano de las Waffen SS nos cuenta sus experiencias desde el desembarco de Normandía, hasta el internamiento en un campo de prisioneros al finalizar la guerra.
La narración pretende «limpiar» la realidad de la actuación de las tropas alemanas, fuera de la propaganda aliada. El autor quiere apuntar que, como en todas las guerras, el bando ganador es quien escribe la historia y reivindica el buen comportamienteo de la mayoría de los soldados alemanes en el cumplimiento del deber.

La traducción es de otra época, con todo españolizado y generalmente correcto. Siempre carros de combate, no tanques, ni panzers. Así, la Panzer Lehr Division, es traducida muy acertadamente como la división de instrucción de carros de combate del Ejército. Se dispara una ametralladora 42, no una vulgar MG 42. En las Ardenas hay hórreos, y hornacinas, y si los cargos de las Waffen SS en principio se dejan en cursiva y con nota, pronto se cansan y un adjutant (más o menos, sargento primero) se convierte en… «ayudante». La edición de Altaya es mera fotocopia (perdón, facsímil) de la original de Acervo de 1963, no hace falta ningún cuentahilos para ver la tipografía rota pero legible.

Pero más allá de las cuestiones técnicas, el contenido sólo merece dos palabras: propaganda neonazi. O mejor tres: vieja propaganda neonazi. Sí, ya sé que las editoriales son empresas. El que una colección destinada al quiosco tenga como título «memorias de guerra», no implica que haya un comité científico eligiendo los títulos. Que lo que importa es que se vendan bien. Pero es que lo de este Lotario clama al cielo. Una búsqueda rápida en Internet muestra que el «van Greelen» es un pseudónimo, realmente se llamaban Lothar Greil. La wikipedia sólo le tiene en cuenta en alemán. Sus obras fueron traducidas al francés y al español, pero sólo se reeditan aquí. En su Austria natal hace tiempo que han olvidado a este antiguo subteniente (perdón, alférez), de las Waffen SS, excepto por la más heterodoxa de sus obras, en la que abogaba por la alianza entre «arios» y «eslavos» contra el resto del mundo. Pese a que se suponen que son memorias de alguien que vivió los hechos, las escenas bélicas apestan a cartón piedra, y las no bélicas a Corín Tellado. El que quiera encontrar algún valor a su visión de las Waffen SS, tendrá que juzgar qué credibilidad le merece alguien que en 1962 pone a los marines desembarcando en Normandía, y que aquí (1963) culpa de «la» masacre de Malmedy a… bombarderos norteamericanos.

Por lo demás, empieza más o menos como el recuerdo que tengo de los de Sven Hassel, romances incluídos, pero inmediatamente muestra de qué pie cojea. El libro puede entenderse desde la nostalgia de una juventud perdida, de los que se creyeron una élite y terminaron siendo la vergüenza de sus compatriotas. Da la impresión de que dirige su rencor no contra sus antiguos enemigos, sino contra los chaqueteros de la Wehrmacht en general, y del Heer en particular, que en la posguerra les acusaban de todos los males, a ellos, los valientes de entre los valientes, las siempre inocentes y gallardas Waffen SS.

Colecciones de quiosco: Biblioteca de la II guerra mundial (Planeta) (1)

Como ya prometí no hace mucho (ejem) intentaré reseñar más o menos brevemente los títulos de las colecciones de kiosco que actualmente están en distribución en España. Comienzo con la más veterana, no sea que termine antes que yo. :’)

1: Berlín. La caída: 1945, de Antony Beevor
Otras ediciones accesibles en español: en tapa dura, Crítica – Colección Memoria / Crítica.
En bolsillo, Booket.

Buen título para comenzar, aunque hace ya mucho que ha salido en bolsillo. Beevor fue en buena parte responsable del actual boom de la historia militar en España por su Stalingrado. Como todo superventas, tiene sus admiradores… y sus detractores. Para sus admiradores, uno de sus mejores títulos, ameno y riguroso. Para sus detractores, una de sus “motos” mejor vendida, inferior a los “auténticos clásicos” como Cornelius Ryan.

2: Auschwitz. Los nazis y «la solución final», de Laurence Rees
Otras ediciones accesibles en español: en tapa dura, Crítica – Colección Memoria / Crítica.
En bolsillo, Booket.
Por alguna razón es el libro sobre el holocausto que más ediciones ha conseguido vender en España. Es un “libro de documental”, escrito aprovechando la realización del documental de la BBC con motivo del cincuentenario de la liberación de Auschwitz. Su área temática no es sólo lo ocurrido en la actual Oswiecim, sino que sintetiza todo el proceso de la persecución judía en Europa. El documental también fue emitido por TVE1, aunque abreviado e introduciendo asertos sobre las víctimas españolas, introducidas por María Galiana. No es que sea el mejor libro de divulgación disponible sobre el holocausto, pero tampoco es el peor.

3 y 4: La segunda Guerra Mundial I. El camino hacia el desastre. La segunda Guerra Mundial II. El triunfo y la tragedia, de Winston S. Churchill
Otras ediciones accesibles en español: en tapa dura, La Esfera de los Libros.
En bolsillo, La Esfera de los Libros-bolsillo. También hay ediciones anteriores, agotadas, sin abreviar.

Traducción del resumen de 1958 de “La segunda guerra mundial” de Churchill, seis gruesos tomos reducidos a dos con la autorización del mismo Sir Winston. Se suele olvidar que el mayor galardón internacional recibido por Churchill fue el premio Nobel de literatura. Combinación casi perfecta de memorias y libro de historia general, con un estilo que no es frecuente encontrar en este tipo de libros. Lea un par de párrafos al azar y, si consigue no imaginarse al viejo bulldog con una copa en la mano y envuelto en el humo de su puro dictando estas memorias, no lo compre.

5: El último día de Adolf Hitler, de David Solar
Otras ediciones accesibles en español: en tapa dura, La Esfera de los Libros.
En bolsillo, La Esfera de los Libros-bolsillo.

Otro libro sobre el fin del III Reich, desde el búnker del Fhürer. Lo cierto es que habiendo leído “El hundimiento” de Fest (buf) y “Los últimos días de Hitler” (excelente) de TrevorRoper, no me he sentido con fuerzas como para emprender su lectura. Aunque algo bueno debe tener (aparte del cargo de Solar en La Esfera) para haber conseguido tantas reediciones.

6: Stalingrado, de Antony Beevor
Otras ediciones accesibles en español: en tapa dura, Crítica – Colección Memoria / Crítica.
En bolsillo, Booket.

La obra maestra de Beevor, inauguró la moda de publicar nuevos libros sobre la historia de la segunda guerra mundial basándose en “los archivos soviéticos”… fuera o no cierto, y por historiadores que desconocen el idioma ruso. Aunque el episodio central de “Enemigo a las puertas” no tiene nada que ver, y que Beevor dedicó toda la promoción a negar la existencia del duelo de francotiradores, por la coincidencia de fechas en España fue (y es) el libro que capitaliza el interés por esta batalla que despertó la película de Annaud. En realidad el film está basado en el “clásico” anterior de William Craig, cuya reedición por Destino pasó sin pena ni gloria, y la obra de Beevor tiene otros méritos, que sería prolijo enumerar aquí.

7 y 8 : Hitler. Una biografía, de Joachim Fest (I) y (II)
Otras ediciones accesibles en español: en tapa dura, Planeta.
Gracias al éxito de la película “el hundimiento”, basada en uno de sus libros, Fest ha visto relanzada la edición de sus obras en todo el mundo. Su biografía de Hitler estaba anticuada después de los trabajos de Bullock y, sobre todo, Kershaw, que están en bolsillo y además acaban de reeditar en tapa dura.

9: Iwo Jima. Seis hombres y una bandera, de James Bradley con Ron Powers
Otras ediciones accesibles en español: en tapa dura, Ariel – Colección Grandes batallas.
En bolsillo, Booket. En quiosco, en Memorias de guerra – Altaya.

Como de costumbre, libro “famoso” por haber inspirado una película, “Banderas de nuestros padres” (2006), muy inferior a su contraparte, Cartas desde Iwo Jima (2006). Del libro poco más se puede añadir.

Simplemente Vecinos

Gross, Jan Tomasz : Vecinos. El exterminio de la comunidad judía de Jedwabne, Polonia. (Neighbors. The Destruction of Jewish Community of Jedwabne, Poland, 2001. Traducción de Teófilo de Lozoya). Editorial Crítica, Colección Memoria/Crítica
Barcelona 2002. 256 pgs. 15,5 x 23 cm, Tapa Dura
ISBN 84-8432-325-0
Esta reseña del libro de Gross la tenía «en reserva» hace tiempo. La recupero porque estoy con la lectura de «Varsovia, 1944» de Davies, y me está dejando a cuadros, y eso que ya lo recomendaba la lumbrera de Vidal…
Tal y como indica el subtítulo, «Vecinos» trata de la masacre de Jedawbne, una pequeña aldea polaca cerca de la Prusia Oriental, donde la mitad polaco-católica de sus 3000 habitantes masacró con palos, piedras y otras armas de fortuna a la otra mitad polaco-judía, ante la estupefacción de los escasos alemanes presentes.
Esta comarca de Polonia pertenecía a la mitad ocupada por los soviéticos de septiembre de 1940 a julio de 1941; Los sucesos tuvieron su precedente nada más ser ocupado el pueblo por los alemanes en «Barbarroja«, con el asesinato de dos familias judías. Los polacos recibieron a los alemanes como libertadores, con arco triunfal y todo. A finales de mes, los escasos policías alemanes presentes autorizaron a la comunidad polaca, con su alcalde a la cabeza, a realizar un «pogrom», pero no se esperaban que éste terminara con la muerte de todos los judíos del pueblo, a excepción de los que tenían en la cárcel los alemanes (que terminaron en Auschwitz, aunque alguno sobrevivió), y los que protegió una familia polaca.
La «justificación» de esta barbarie fue que los judíos habían colaborado con los soviéticos; en un típico caso de desplazamiento psicológico, el recibimiento que los polacos dieron a los alemanes se dijo que lo habían tributado los judíos a los rusos en 1939… algo completamente falso, tanto en este pueblo como en toda la Polonia oriental, como demuestra Gross. En el pueblo había polacos comunistas que también fueron purgados nada más tomado el lugar, pero en esas fechas los alemanes no se esperaban tamaña reacción de los campesinos polacos.
Poquísimos judíos del pueblo eran hasidim, y en nada se diferenciaban por riqueza o trabajo de sus vecinos. Las relaciones entre ambas comunidades eran excelentes durante los años anteriores, como atestigua, aparte de documentalmente, un rabino neoyorquino que en su infancia en los años 20 fue compañero de juegos de varios de los verdugos…
El autor confiesa que no encuentra una explicación. No tiene la «soberbia» (entre comillas, ahora no se me ocurre un adjetivo más adecuado) de Goldhagen de ser capaz de encontrar la «piedra filosofal» que explique cómo medio pueblo torturó, humilló y terminó matando con los métodos más crueles a su alcance a la otra mitad. Eso sí, apunta muchas pistas, entre ellas tres que normalmente se olvidan a la hora de intentar comprender cómo gente corriente, no jóvenes nazis con el cerebro lavado, no inhumanos SS especialmente adiestrados, fueron capaces de realizar semejante barbarie.
Primero, el antisemitismo tradicional católico de Polonia, y especialmente el de la “Nueva Polonia” de Pilsudski. Los últimos “pogroms” en lo que después fue Polonia no tiene unos antecedentes tan lejanos, 1916, y el anterior en 1856… Pero incluso entonces el estado ruso zarista no era tan profundamente antisemita como el nazi. Había unos autoridades a las que recurrir, a las que sobornar para que procurasen que reinase el orden y que contuvieran a los fanáticos. También hay que tener en cuenta que estamos hablando de una zona rural de las más atrasadas de Polonia, siempre a caballo entre Prusia y Rusia.
Segundo, la codicia. No es que los judíos fueran más ricos que los polacos, pero para los ejecutores suponía doblar sus pertenencias. Varios de los procesados en 1947 reconocieron que habían ocupado casas de judíos “porque estaban abandonadas”, un matrimonio en concreto tuvo la desfachatez de decir que el hijo de los muertos les había pedido que vivieran con él, porque la casa era muy grande y tenía miedo… En 1943, el alcalde fue arrestado por los alemanes por no haber repartido con ellos el botín.
Tercero, la descomposición del orden normal de convivencia, la impunidad que representaba la permisividad alemana, mayor que la que podía haber supuesto el zar más antisemita. La zona había conocido cuatro guerras y varias ocupaciones: 1914-18, 1920-21, 1939, 1941. Guerrilleros polacos habían actuado en la zona durante los 20 meses de la ocupación soviética, y siguieron actuando después contra la ocupación rusa de 1945 hasta fechas tan tardías como 1957. En este contexto, el que unos vecinos no especialmente antisemitas decidieran culpar a medio pueblo de todas las guerras y desastres, para de paso quedarse con tierras y casas no resultan tan terriblemente extrañas para el resto del género humano.
Este libro se publicó primero en Polonia, en el 2000, y generó una gran polémica, ya que fue el caso más grave, pero no el único, que se dio en el verano de 1941. Todavía hubo pogroms en la Polonia de 1946 y 47, víctimas tanto de un antisemitismo medieval como del estupor de ver a judíos intentar regresar a unas casas que sus vecinos ya daban como definitivamente abandonadas.

Otros últimos en Filipinas

Hampton Sides: SOLDADOS DEL OLVIDO: LOS ÚLTIMOS SUPERVIVIENTES DE BATAAN. Salvat, 2003. 308 pgs. Aún se encuentra en saldos.
ISBN: 8434527898. ISBN-13: 9788434527898

Siguiendo con la temática anterior, y ya que el frente del Pacífico de la SGM está de moda por las recientes películas de Clint Eastwood, Banderas de nuestros padres (2006) y Letters from Iwo Jima (2006), rescato este libro, que aún puede encontrarse en saldos, y que también tuvo, más o menos, su película, El gran rescate (2005) aunque creo que no llegó a estrenarse en cine en España y que salió directamente en DVD. También tuvo, más o menos, su documental, aquí emitido en Canal Historia.
¿Y por qué la coletilla «más o menos»? Pues porque la película está basada más en el relato de otro autor, William B. Breuer, haciendo hincapié en la «espía» norteamericana, y no en la narración, más militar, de Sides, mientras que el documental se centra en el rescate de otro campo de prisioneros de Filipinas, igualmente realizado sin apenas bajas (excepto anónimos filipinos, claro) por un batallón muy bien entrenado pero que nunca había entrado en combate.
La película, pese a estar firmada por un director de prestigio, no logró emocionarme más allá de su excelente inicio (que por cierto coincide con el libro de Sides). También es cierto que ya había leído el libro y que poco de la trama podía sorprenderme. Respecto al trabajo de Sides, lo considero más que correcto, y muy injusto que este libro, relegado a los saldos hace más de un año, aún pueda encontrarse sin dificultad, mientras que auténticos bodrios con los que compartía colección se vendieron sin problemas. También es cierto que el título es poco atractivo frente a otros como «los zorros de la guerra» o cualquier cosa firmada por tom Clancy. Aquí hay muy poca acción militar que narrar, y sí mucha planificación y logística. Sin embargo, si bien este libro sigue el mismo esquema de todos los libros de este tipo, con testimonios de supervivientes cuyo mayor mérito es haberse mantenido vivos hasta la redacción del libro sesenta años después, en este caso Sides es más hábil o menos torpe que otros autores que ya he ido comentando, y consigue de verdad interesar y emocionar narrando unos hechos a priori tan remotos. La comparación con otros crímenes de guerra o con el Holocausto es inevitable, y viene bien para recordar que no sólo los nazis eran los «malos» en el Eje, ni tan siquiera entre las instituciones del estado alemán. Pero eso lo dejaremos para otras ocasiones.

Pacific Alamo, o la peli de marines al revés

Wukovits, John: Pacific Alamo la Batalla de la Isla de Wake
Inédita Ediciones, Barcelona 2004 (tapa dura) y 2006 (bolsillo) 445 pgs.
ISBN(13): 9788493356439.
ISBN: 849636450X.
También publicado en la colección de kiosco «Grandes batallas» de RBA.
Edición original: Pacific Alamo: The Battle for Wake Island; 1º edición en 2003.

El esquema general de todas las películas y batallas de los marines en el frente del Pacífico no suele registrar muchas variaciones. Los (casi siempre) taimados y traicioneros japoneses se esconden en una isla. Los de la Marina, que en el fondo son buenos chicos, bombardean la isla, aunque no lo suficiente. Por el aire también lo hacen, aunque este suele ser un buen momento para recordar que también hay marines voladores. Y por fin desembarcan los (auténticos) marines, pero los (casi siempre) cobardes japoneses, en lugar de aguantar las bombas a pecho descubierto, se han escondido en todo tipo de agujeros y de búnkers. Invariablemente fingen estar heridos y atacan por la espalda, o terminan siendo tan panolis como para cargar repentinamente con armas blancas a los (más o menos) perplejos marines, que no terminan de encontrar comprensible tanta perfidia por parte de un enemigo que, además de gafotas, es bajo y canijo.

En esta ocasión el planteamiento es (más o menos) el contrario: son los marines los que se defienden, y los japoneses los que deben conquistar la isla. Lo curioso es que precisamente ésa fue la táctica que adoptó el comandante (de la guarnición de marines, no de toda la isla): hacer creer al enemigo que el atolón estaba indefenso debido a los bombardeos, y no disparar hasta que los blancos fueron seguros sobre unos confiados destructores. El resultado, el único desembarco abortado por la artillería costera en toda la segunda guerra mundial, además de dos destructores y un submarino hundidos por el efecto combinado de la artillería de costa y los Wildcat con base en el atolón, además de un crucero ligero dañado.
Más buques fueron destruidos en el segundo y definitivo asalto al atolón, pero prefiero no entrar en detalles que pueden encontrarse aquí, aquí (la versión oficial del USMC), o en la Wikipedia en inglés, (una versión anterior -y defectuosa- de ese artículo está en español). Y por supuesto en este mismo libro, para el que Wukovits ha entrevistado a veteranos civiles y militares, además de algún que otro testimonio de los japoneses que tomaron parte en el asalto. Vale, de acuerdo, sólo uno. Pero por lo menos lo ha intentado.

Aunque en su momento fue aprovechada por la propaganda de guerra estadounidense, no ha pervivido demasiado en la memoria colectiva. Buscando alguna referencia en seis voluminosas historias globales de la segunda guerra mundial, sólo he encontrado una mención a la isla… sobre los motivos para dejarla de lado en la ofensiva de 1944. Por sus dimensiones y situación no es que fuera más o menos importante que Tarawa o Midway… o que Johnston o Palmyra (en español la nota es más breve). Pero en ninguno de estos sitios se produjo una defensa no esperada por nadie, menos aún por la Navy, que era muy consciente de lo precario de sus defensas. Tan asombroso como el desempeño de su artillería de costa, servida por marines, fue el de su escuadrón aéreo de defensa, el VMF-221, y la combatividad de al menos un tercio de los trabajadores civiles de la constructora MorrisonKnudsen y de la compañía aérea PanAm, a los que la guerra sorprendió en el atolón.
Durante los 60 hubo cierta polémica acerca de si los marines se apropiaron en exclusiva del mito de Wake, olvidando que la base era de la Marina y que quien estaba al mando era Cunningham, y subordinado a él estaba el comandante del destacamento del 1º batallón de defensa de los marines, James P.S. Devereux. También había personal del ejército, un oficial y cinco de tropa encargados de las comunicaciones, y que debían dar enlace con los B-17 que emplearían la base como escala hacia las Filipinas. También es cierto que, en su momento, la Navy tenía suficiente con el desastre de Pearl Harbor, y no se sintieron tentados de reclamar ningún protagonismo en Wake cuando pensaban que iba a caer de forma inmediata.


Igualmente fuera del tópico están las tácticas japonesas para la conquista del atolón. Para el primer intento contaron con apenas 450 efectivos. Para el segundo y definitivo, 1500 soldados, que tomaron tierra en noche cerrada y en dos islas distintas, mientras que la guarnición era de unos quinientos… sin contar casi 1100 obreros civiles que estaban construyendo la base. De ellos un tercio intervino voluntario en la lucha, mientras otros siguieron colaborando en los trabajos de fortificación y el resto se acogió a sus contratos y se negaron a participar en nada. Afortunadamente para los militares y para casi todos los civiles, en unos meses fueron distribuidos en diversos campos de prisioneros por todos los dominios japoneses. Los 98 civiles que siguieron en la isla fueron fusilados sin contemplaciones por el comandante japonés Sakaibara a la primera sospecha de que los norteamericanos iban a desembarcar. Aunque alegó que sólo cumplía órdenes, por este y otros crímenes de guerra fue condenado a muerte, aunque algunas fuentes dicen que le fue conmutada por cadena perpetua.

Es inevitable en estos momentos recordar a los omnipresentes batallones de trabajadores coreanos de Betio, Iwo Jima… A día de hoy, los coreanos asumen que ninguno de sus compatriotas fue nunca tentado para ser asimilado como súbdito japonés, aunque estén acreditados unas decenas de kamikazes coreanos.

Si hay peli ¿para qué leer el libro?

Producida y estrenada a toda prisa (el atolón se rindió el 23 de diciembre de 1941, y el film se estrenó el 11 de agosto de 1942) Wake island no es de lo mejor que ha producido el cine bélico, ni siquiera el de propaganda, pero se deja ver. A fin de cuentas los guionistas son W.R. Burnett (Hampa dorada, La jungla de asfalto) y, ejem, Frank Butler, que como guionista de varias de «El gordo y el flaco» introdujo una pareja de marines que nos los recuerdan bastante. Aunque tuvo cuatro nominaciones a los Oscar (y nada menos que en mejor película, director, guión y actor secundario) es posible que no se estrenara en España, que en esas fechas se surtía de otras cinematografías.

El valor histórico del film, en cuanto reflejo de los hechos bélicos del asedio y caída de las islas del atolón de Wake es casi nulo. En cuanto a reflejo de una época y de una forma de enfocar la propaganda de guerra, es imprescindible. Según el libro de Wukovits, cuando los supervivientes la vieron no les gustó en absoluto, y les pareció errónea en todos sus detalles: uniformes, armas, geografía de la isla… Sin embargo, creo que puede decirse lo mismo de cualquier otra película sobre la segunda guerra mundial anterior a 1998, sin que ello suponga que desde entonces se haya alcanzado la perfección absoluta. Pero la inmediatez a los hechos narrados hace que, por ejemplo, los Wildcat sean efectivamente Wildcat (y no Hellcat o Corsair, como en casi todas las pelis de marines) y que se molesten en disfrazar no sé qué avionetas (Culver o Fairchild, o quizás CW-21 Demon) como ki-27 japoneses (que era imposible que intervinieran en Wake), e incluso imágenes de auténticos ki-21 que por lo menos sí podían llegar desde bases japonesas, aunque lo más seguro es que fueran G4M «Betty«

Los decepcionantes últimos nazis

Biddiscombe, Perry: Los últimos nazis. El movimiento de resistencia alemán 1944-1947. Inédita Editores, Barcelona 2005

La simpática imagen de la izquierda, con el niño dibujando esvásticas ante la mirada de oficiales aliados de ocupación, no pertenece a este libro, sino a la película de Billy Wilder A Foreign Affair (1948) aquí conocida como Berlín occidente. A mi parecer, resume perfectamente el tema del que trata este libro: los últimos coletazos de los últimos nazis en la Alemania ocupada, a manos principalmente de niños y adolescentes que aún creían en el nacionalsocialismo y que en su ingenuidad pudieron ser peligrosos, más para su entorno que para los ejércitos ocupantes.
No es que la lectura de las casi cuatrocientas páginas de este libro sean inútiles, pero si algo aburridas. Aunque las estadísticas se muestran más abundantes de lo esperado (la mayoría de las “acciones” se trataban de forma discreta por las potencias ocupantes) si se buscan relatos morbosos de atrocidades sin cuento, revelaciones asombrosas o descubrimientos inéditos lo siento. No las va a encontrar.

De hecho, es casi tan decepcionante como otra de las películas que han tratado este tema, (Europa, 1991, de un primerizo Lars von Trier) que contrasta vívidamente la recreación de un ambiente de oscuridad y pesadilla que los contemporáneos (y Wilder) jamás vieron en Berlín o en la Alemania de la posguerra que tantas ganas tenía de vivir. Eso sí, por una vez habrá que alabar el buen gusto editorial que han tenido al elegir la portada de este volumen, que se prestaba a montajes más o menos sensacionalistas como en la edición inglesa , y en su lugar ha adoptado un sobrio fotograma de un documental sobre el Volkstrüm, que refleja mucho mejor su contenido: incontables sombras grises que portan extraños artefactos (que llameremos armas) y que asemejan más a una escena de masas de El Bosco o Brueghel el Viejo que a un último intento de crear un ejército.

La importancia de apellidarse Hess


Lebert, Norbert y Stephan: Tú llevas mi nombre. La insoportable herencia de los hijos de los jerarcas nazis. Booklet – Planeta, Barcelona 2005.

Publicado directamente en bolsillo, este breve librito decepciona un poco por la falta de ambición con la que ha sido escrito. Parte de premisas muy prometedoras, averiguar en el 2000 qué ha sido de los descendientes de los jerarcas nazis en la Alemania de la posguerra, contando además con el punto medio. de varias entrevistas realizadas hace veinte años por el padre del autor.
Podía haber sido la base de un gran análisis de la Alemania de los últimos cincuenta años, o por lo menos el retrato colectivo de una serie de familias tan distintas en sus puntos de salida como en los de entrada. Pero ni siquiera logra hacer atractivos los retratos de tantos personajes tan contradictorios (hablo de los hijos), que van de la negación a la exaltación de los valores de unos padres que en su mayoría no han conocido, pero que han marcado desde la tumba la suerte de sus decendientes.
Las entrevistas/reportajes, la verdad, no llegan a armar un libro, pero eso no significa que no sean amenas y rápidas de leer. Quizás pido demasiado al reclamar tesis y conclusiones cuando los entrevistados abarcan todas las posibles reacciones del espectro humano, de la aceptación acrítica (generalmente de los más jóvenes en 1945) hasta el rechazo absoluto, pasando por intentos de comprensión y asimilación plena de los hechos, como el siempre complejo hijo sacerdote de Bormann, cuya biografía merecería una traducción al castellano.