KURT VONNEGUT: LA CARTERA DEL CRETINO. ISBN: 9788415996033. MALPASO EDICIONES, Barcelona 2015. 144 págs. Encuadernación: Tapa dura, lomo de colores. Incluye e-book. 18,5 €
Ambrose Bierce, a su lado, es un optimista compulsivo, una Pollyannadecimonónica. Lo terrible de Vonnegut, además, es su capacidad para el disimulo y el aparente buenrrollito. Es capaz de contarte el genocidio armenio con una sonrisa, la extinción de la humanidad como una sucesión de chistes, el bombardeo de Dresde como una novelilla de ciencia ficción de a duro. Lo siento por Updike, por Carver, por Roth, por Theroux. Vonnegut es el puto amo de la literatura anglosajona del siglo XX. Da igual que se dejara bigote.
Y lo cierto es que a mí el Vonnegut que me gusta es el de las novelas; sigo recordando el mazazo que me supuso leer “la pianola” o “madre noche” de ese saldo de Bruguera, pues de saldo he comprado la mayoría de sus libros, muchos de ellos hoy inencontrables y sin reeditar en castellano. Pero he de confesar que el Vonnegut hoy más popular, el de frases y aforismos, tan fáciles de difundir por el internete este, nunca me había llamado la atención. Prefiero cualquiera de sus novelas a sus Guampeteros, fomas y granfalunes. Por eso, aunque compré este librito cuando salió, no lo leí de inmediato, pues el texto de la solapa permite deducir que no es más que un batiburrillo de los últimos escritos del genio de Annápolis, una serie de relatos que aún no se habían reunido en forma de libro. Obras menores. En suma, los típicos retales que se publican después de la muerte de un gran escritor, y que compramos los fanáticos aun sabiendo que son perfectamente prescindibles.
Y no es así. No he tenido ganas de mirar las circunstancias en las que ha sido reunido el material para este libro, porque no siempre quiero saber quiénes son los reyes magos. Casi todos los relatos de este volumen responden a la misma premisa: las apariencias engañan. Las moscas no siempre tienen razón, aun siendo millones, y a todos no tiene por qué gustarnos, por ejemplo, la mierda que exhalan nuestros televisores. Y eso que, ay, Vonnegut no llegó sufrir la era de los realities.