Arrieritos somos

El (valeroso) soldado Schwejk es un personaje de ficción, y casi se diría que alter ego de su creador, el escritor checo Haroslav Hasek. Su nombre original en checo, por lo visto, es Švejk, pero se ha españolizado con diversas grafías, (Schweijk, Schweik, etc.). Yo he adoptado la de la traducción más difundida, que lleva reeditando desde hace muchos años la editorial Debate.

Evidentemente no es exclusivo del que escribe este blog y estas líneas, aunque lleve haciéndolo desde hace ya muchos años. No es una elección muy popular en foros militares, aunque alguno puede haber, no es algo sorprendente. Lo que sí resulta mosqueante es que a esos otros compañeros de alias se les atribuya la autoría de este blog, y que no desmientan su atribución. Evidentemente, pueden hacer como que no se han dado cuenta, que si mi pseudónimo es distinto, pero bueno…

Lo curioso es que yo empecé en esto de los foros militares con mi nombre de pila. Aunque entonces éramos (literalmente) cuatro gatos, era inevitable que aparecieran otros homónimos, así que añadí el apellido. Pero como resulta que éste también es muy común… pues finalmente me decidí por los alias. Y ahora pues no, ya estoy harto, y no voy a ser yo el que cambie un nombre tan glorioso, que llevo utilizando por lo menos desde 2005, por algunos advenedizos registrados, por ejemplo, en agosto del año pasado.

Así que, a quien interese, puedo proclamar y proclamo, que si intervengo en algún foro (que hace muchísimo que no lo hago; desde luego, hasta ahora nunca he intervenido en elgrancapitan, o en el foromilitargeneral, miren si soy antiguo) lo hago como Schwejk y sin ninguna otra variante, y que siempre que se dé la posibilidad (como, por ejemplo, en Hislibris) lo hago añadiendo en la firma el enlace a este blog.

Ante todo, muchas gracias a quienes consideran que este blog tiene algún valor, pero si en él escribo tan poco, imagínense el tiempo que me llevaría el hacerlo además en tantos foros como hay ahora, en estos tiempo de lujurias y ADSls, conexiones permanentes y telefonía sin hilos.

Las aventuras del abuelo Cebolleta, y el mito de l…

Las aventuras del abuelo Cebolleta, y el mito de la errata eterna (II)

Para no alargarme eternamente, “a las cabañas subí, a los palacios baje”… las erratas son eternas pero, ciertamente, hay sistemas para reducirlas al mínimo posible.
Uno de los mayores problemas, de siempre, está en que “los de letras” nunca se llevan bien con las máquinas. Es más, a poco que seas capaz de saber si un documento cabe o no en un disquete, ya eres “el informático”, y eso es muy, muy malo, porque va contra todos los tabúes de la tribu.
Por centrarme sólo en el aspecto editorial de libros, el tamaño de la empresa importa, y mucho. Primero porque las grandes no ahorran en lo que es más barato, los correctores, pero sobre todo porque hay “compañeros” capaces de leerse libros que no son suyos para en alguna reunión soltar, como quien no quiere la cosa “por cierto, el otro día en el libro de Pepito encontré una errata de lo más graciosa…”.
Las pequeñas son otro mundo, marcado sobre todo porque el dueño de todo el cotarro está mucho más presente e, incluso, a veces hasta trabaja de forma “manual”, es decir, intenta estar en todos los detalles. Pero no conozco a uno solo que no dependa de su experiencia anterior a la hora de organizar su empresa, y lo normal es que no haya sido en producción. Aún peor, sí tiene experiencia en la creación técnica de un libro, sabe lo que es una imprenta, maneja un teclado con más de dos dedos. Entonces aún es peor, porque se habrá quedado anclado en lo que aprendió en su juventud, y aunque apruebe algún nuevo método moderno, al final si algo ha ido mal la culpa será de “los ordenadores”…
El mejor escenario posible: Que el editor, (es decir, el responsable de la edición, de empleado mileurista a empresario) no tenga ni zorra idea de la materia que trata el libro. Contratará al traductor más caro. Lo leerá cincuenta veces, pagará los asesores necesarios, moverá Roma con Santiago y lo comprobará todo las veces que haga falta.
El peor: el editor cree que entiende; como sabe la diferencia entre «romanas» y «egipcias», le encanta esto moderno de poder emplear a la vez cincuenta tipos de letra. Como los programas tienen corrector ortográfico, los libros se corrigen solos, y si no contrata a ese sobrino que le ha salido gafotas. Cuando ve problemas, se va al extremo contrario y contacta con la empresa de preimpresión (perdón, la “fotomecánica”, cuando no la «fotocomposición» o, más sencillamente, el “taller«) más grande que encuentra, sin importarle convertirse en su cliente más pequeño.
Otro problema está cuando un saber no se reconoce como “especializado”, como pasa con la historia militar en la colección de CríticaMemoria Crítica”. Si alguien encontrase una errata en alguno de sus libros de ensayo “serio” rodarían cabezas. Pero si es de batallitas ni se enteran.
Por el contrario, cuando sí se considera como un ámbito especializado (como la colección Grandes Batallas, de Ariel) resulta más difícil encontrar errores. Lo gracioso del asunto es que ambas editoriales son de un tamaño respetable, y pertenecen al mismo grupo.
Todos los editores (empleados ascendidos, o empresarios emprendedores) han cometido errores en sus primeros libros. (por no decir: todos los humanos solemos equivocarnos la primera vez que hacemos algo). Curiosamente los que vienen de un ámbito más amateur (libreros, escritores, inversores…) sólo se equivocan una vez, y aprenden en seguida de sus errores. Los demás insisten una y otra vez en los mismos hábitos de trabajo porque claro, son más “profesionales”, y se fían más de “su ojo” y de “su gente” cuando le dicen que se fue la luz, y que por eso la mitad de las correcciones se quedaron “en el tintero”. Algunos pensarán que un libro puede tenerse en preparación todo el tiempo que haga falta, no es un diario o una revista con horas fijas de entrega; pero las editoriales también se deben a sus planes de producción. El cierre en un diario es tema de unas horas, el de un semanario uno o dos días, pero las editoriales se rigen por planes anuales y el «cierre» suele durar dos-tres meses, en los que algún título termina saliendo a trancas y barrancas. Todo esto no tiene que ver nada con el precio final del libro, a no ser que la editorial sea muy, muy pequeñita, pero eso ya lo dejamos para otro día.

Las aventuras del abuelo Cebolleta, y el mito de la errata eterna.

Recientemente en varios foros (aquí, pero sobre todo aquí) ha saltado el tema de esta bitácora, las erratas en los libros, preferentemente de historia militar.

Por supuesto, ya están quienes han opinado “qué malos son los ordenadores”, o “cuán perversos son los empresarios”. Que lo son. Pero bueno, pues ya no me aguanto más. Yo también voy a contar mis batallitas.

En la prehistoria también existían las erratas

A mis 19 añitos, cuando entregaba mi sección al periódico local en mi olivetti a doble espacio me fascinaba cómo se transformaba todo eso que yo escribía en letra impresa. Menos mal que también tenía mi copia con papel carbón, porque las faltas de ortografía, sintaxis… Desaparecían párrafos, algo normal entonces y que asumías por «profesionalidad», pero que cambiaran su orden… Y por supuesto, mis indicaciones para que esto o aquello se pusieran en negrita o cursiva, pese a hacer las marcas como me decían, o no se seguían o se deslizaban por todo el párrafo. Eran (ahora lo sé) los inicios de la fotocomposición, y las quejas eran las mismas que las de ahora con “los ordenadores”. Los linotipistas estaban desapareciendo, y los operarios ante esas pantallas monocromas se suponía que podían trabajar más rápido, cometer menos errores, e incluso rectificarlos. Un poco más tarde, en otro periódico, ya no había teclistas, sino que te tenías que aprender los códigos necesarios como para componer los textos, y luego los “enmaquetadores” componían la página. Por supuesto, si eras un pardillo como yo, te entretenías con el artista y sus botes de spray intentando que lo tuyo fuera arriba a la izquierda, y no a una columna pegado a la publicidad. Por entonces en toda la provincia no había una sola imprenta que hiciera “selecciones de color”. Los escáneres a color, cuando llegaron, eran inmensos armarios de varios millones de pesetas, y los profesionales que los manejaban llevaban bata y guantes de goma (no látex). La “computadora” sobre la que se almacenaba todos los días el periódico abultaba tanto como la redacción. Todos los días para hacer el número siguiente se borraba. Y teníamos dos, ya que una vez simplemente hubo que repetir todo el puñetero número porque el «parato» se borró, supuestamente él solito. Y por supuesto había erratas. Por todas partes. Y cosas peores. Imagínense en los ochenta en un titular firmado por una compañera “XX llama puta a su adversaria política”. No era falta de vocabulario, o ganas de llamar la atención. Simplemente una palabra más larga no cabía en el titular, era muy tarde y por supuesto ya no existían correctores de galeradas, qué narices, los universitarios se encargaban de todo… (Por supuesto, ni siquiera el redactor jefe se había molestado en terminar la carrera).

Iluso que seguía siendo uno, me vine para la capital. En la facultad, incluso, tenían unos ordenadores pequeñitos con el logotipo de una manzana mordida, y unos programas en inglés para “diagramar”, que en la distancia me suena a una versión de XPress 2x. Yo me había gastado un pastón en un 386 y un amigo mío había dado un curso del INEM donde me fotocopió los manuales de Page Maker, que a mí para maquetar me parecía claramente inferior al entonces revolucionario Word, y para escribir muy inferior al WordPerfect. Si a alguien le suena lo que estoy escribiendo, que no se escandalice demasiado ante mi inexperiencia; acababa de ser abducido por Windows 3.0 en un 286, acababa de abandonar el WordStar, y antes al LocoScript, y aún faltaba un tiempo para que las primeras impresoras de chorro de tinta (monocromas) bajaran de las cien mil pesetas.
-Continuará-

El retonnno

Veremos si soy capaz de dedicarme de una vez a esto de escribir una bitácora.
Sin renunciar a su restringida temática, dos nuevas premisas:
Brevedad.
Inmediatez.
A escribir entradas más o menos sustanciosas, pero escribirlas y publicarlas, sin esperar años.

Reconozcámoslo….

Supongo que a estas alturas no es un secreto que este blog no se está actualizando demasiado. En mi descargo, debería decir que sí me he preocupado de recordar las novedades y reediciones en foros especializados, y que las críticas in extenso, que pensaba producir para el blog, son víctimas tanto de mi perfeccionismo como de mi método de lectura asistemática; aunque esté al tanto de las novedades, leo lo que me apetece, y no lo que debería para reseñar aquí.

Así que por lo menos, para que este blog siga existiendo, señalaré aunque sea de forma sucinta las novedades del género histórico-militar, para que sirvan de aviso para quienes no pueden o quieren trastear tanto por librerías y mercadillos de segunda mano como yo.

Para empezar, un pequeño rescate; el libro de Malraux en España, de Paul Nothomb, publicado por Edhasa en 2001 y saldado preferentemente en los Vips en el 2004, aún se encuentra a la venta en La Casa del Libro en su sección de saldos. El libro es muy recomendable sobre todo por el apartado gráfico, 150 pgs. formato A4 repletas de fotos de la guerra civil tomadas por este compañero de Malraux de la escuadrilla España.

Sobre libros, papeles, seres humanos y esas cosas que llamamos errores

Pues sí, porque me apetece. En esta era de SMS, de siglas, smiles, anglicismos, kkqlopis, abreviaturas, y premios nobel que sueltan botaratadas (sí, ya pondré un enlace a ciertas ideas de GGMarquez) todavía hay pedantes que se preocupan de que todo esté bien escrito y tecleado, que no haya errores ni dislates, que consideran que la ortografía no es aún una materia muerta y que merece la pena saber teclear correctamente, por lo menos en nuestro idioma nativo.

Este blog estará dedicado, principalmente, a reseñar, para vergüenza enterna sobre todo de editores (pero también autores, maquetistas, correctores, copys, subtituladores y, en general toda esa morralla que tiene que vivir de exponer textos en público) todas las erratas que valla encontrando fundamentalmente en libros, pero también en pulicidad, prensa, TV, cine, y demás medios de comunicación. e incluso en interné.

Para demostrar, eso sí, que semos humanos, yo también pondré varias herratas, lo suficientemente escandalosas como para que cuando se me cuele alguna (que se me colará) piense el lector que la he deslizado aposta.

Y eso es todo, de momento. Un saludo.